Locura
Contenedores quemados, daños en el mobiliario urbano, escaparates rotos, gases lacrimógenos, pelotas de goma, ojos reventados, bazos destrozados, fracturas de huesos. Golpes y más golpes. “Estos catalanes están bien locos” diría aquel. Pero cuando una va más allá de la locura e intenta dar con las causas, se da cuenta que el contexto social tiene gran parte de la culpa de todo lo que está pasando.
Es totalmente criticable la quema de contenedores, establecimientos o rotura del mobiliario urbano. Pero quedarnos sólo en eso y no ver la tensión generada por la situación extrema a la que cada vez más familias se ven abocadas al quedarse sin trabajo, sin casa, sin recursos y sin perspectivas para revertir la situación, sólo puede ser diagnosticado como miopía voluntaria y voluntad difamadora.
La situación es mucho más compleja. Nos dicen que nos apretemos el cinturón, que es tiempo de crisis, que no queda otro remedio, que la situación es excepcional… Y eso, todo lo justifica. Discursos presentados como neutros pero con una alta carga ideológica. No hay otra opción, es el único camino. Y así, van aprobando políticas y recortes que de neutros no tienen nada.
Es bajo el paraguas de la excepcionalidad y la urgencia que, sin negociarla con la clase trabajadora, se ha aprobado y se está aplicando la Reforma Laboral. Y aún así, el mismo PP ha reconocido que la reforma no generará ocupación a corto plazo. Entonces, ¿por qué tanta prisa para aprobarla? Se vislumbra claramente que el objetivo principal no es crear ocupación sino favorecer al empresariado en detrimento de las condiciones de los trabajadores y las trabajadoras.
Es en este contexto que se convocó la Huelga General y donde damos con el amplio seguimiento y las masivas movilizaciones en diversas ciudades de Catalunya (en Sabadell, la mayor que yo recuerde). Parece, empero, que existe una voluntad premeditada de focalizar la atención en los disturbios y esconder así el profundo malestar de una población que, ahogada ante tanto recorte, expresa su rechazo.
Entendiendo esto, se puede ir más allá del simple análisis que lo considera vandalismo y ver muestras de impotencia y rabia contra un sistema que generaliza la pobreza, perpetua las desigualdades y ahoga esperanzas. No por ello dejan de ser acciones criticables, aunque también nos permite ver con claridad que una “ofensiva policial y judicial” como la que ha anunciado Felip Puig no pretende solucionar el problema sino conseguir una ciudadanía sumisa mediante el miedo.
Es peligroso y preocupante que se instaure la cultura del miedo y la represión indiscriminada contra aquellas personas que protestan por las acciones de quién gobierna. Pareciera que utilizar la amenaza de sufrir represalias y acabar con las manifestaciones de disidencia política eran métodos pasados. Pero no. Hablar de regular el derecho de reunión y manifestación, aplicar leyes de excepción o encarcelar preventivamente como ya se ha hecho esta vez, representa un retroceso brutal en términos de derechos y libertades. Sin tapujos y a lo grande. Con ellos o con nosotros. Es lo que se extrae de la afirmación “ya no se vale el yo pasaba por allí ” de Felip Puig. Ya no se trata de cometer o no un delito, sino de participar en una manifestación donde se comete un delito. No se persigue una acción concreta. Sino ideas.
Otra vez, se aprovecha el alarmismo y la excepcionalidad para recortar derechos, esta vez políticos y sociales. Ya se sabe: estamos en tiempos de crisis y toca apretarse el cinturón… mejor dicho, que unos se lo quiten para atarnos en corto. Por el cuello y apretando.
Oleguer Presas
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