- ploter escribió:
- Meyer escribió:
- si tengo que leer a schopen para ser tu amigo ploter, yo empiezo a leermelo
dime por donde empezar y ya
Ves como tenías que seguir mi consejo, AMIGO.
La moral secreta, inconfesa y hasta inconsciente, pero innata, de las mujeres, consiste en esto: “Tenemos fundado derecho a engañar a quienes se imaginan que, proveyendo económicamente a nuestra subsistencia, pueden confiscar en provecho suyo los derechos de la especie. A nosotras es a quienes se nos han confiado; en nosotras descansa la constitución y la salud de la especie, la creación de la generación futura; a nosotras nos incumbe trabajar para ello con toda conciencia.”
Pero las mujeres no se interesan de ningún modo in abstracto por ese principio
superior; solamente lo comprenden in concreto, y cuando se presenta ocasión no tienen más manera de expresarlo que su manera de obrar. En este punto su conciencia las deja mucho más tranquilas de lo que se pudiera creer, porque en el fondo más obscuro de su corazón sienten vagamente que al hacer traición a sus deberes para con el individuo, los llenan tanto mejor para con la especie, que tiene derechos infinitamente superiores.
Como las mujeres únicamente han sido creadas para la propagación de la especie, y
toda su vocación se concentra en ese punto, viven más para la especie que para los
individuos, y toman más a pecho los intereses de la especie que los intereses de los individuos. Esto es lo que da a todo su ser y a su conducta cierta ligereza y miras
opuestas a las del hombre. Tal es el origen de esa desunión, tan frecuente en el
matrimonio, que ha llegado a ser casi normal.
Los hombres son naturalmente indiferentes entre sí; las mujeres son enemigas por
naturaleza. Esto debe depender de que el odium figulinum, la rivalidad, que está
restringida entre los hombres a los de cada oficio, abarca en las mujeres a toda la
especie, porque todas ellas no tienen más que un mismo oficio y un mismo negocio.
Basta que se encuentren en la calle para que crucen miradas de güelfos y gibelinos.
Salta a los ojos que en la primera entrevista de dos mujeres hay más contención,
disimulo y reserva que en una primera entrevista entre hombres.
Adviértase además que, en general, el hombre habla con algunas atenciones y cierta humanidad a sus subordinados, hasta a los más ínfimos; pero es insoportable ver con que altanería se dirige una mujer de sociedad a una mujer de clase inferior, cuando no está a su servicio. Quizá dependa esto de que entre mujeres son infinitamente más grandes las diferencias de alcurnia que entre los hombres, y esas diferencias pueden con facilidad modificarse o suprimirse.
La posición social que ocupa un hombre depende de mil consideraciones; para las
mujeres, una sola circunstancia decide su posición: el hombre a quien han sabido
agradar. Su única función las pone bajo un pie de igualdad mucho más marcado, y por
eso tratan de crear ellas entre sí diferencias de categorías.